Uno puede sentirse dueño de su destino. Uno puede decirse a sí mismo libre de haber decidido el sentido de cada paso que da. Podría uno decir, incluso, que ha librado batallas importantes por defender sus ideales, alcanzar sus sueños y demás frases que ya suenan más a cliché que otra cosa. Pero la pregunta real es la siguiente, ¿cuántos realmente se han enfrentado a algo imponente por hacer lo que les gusta?
En la búsqueda de oportunidades con mejores condiciones para un mejor y más próspero porvenir (es decir, revisando algunas vacantes de trabajo), me encontré con una que me pareció muy peculiar. Es de una gran agencia de publicidad, transnacional, con colores negro y rojo como bandera y el apellido de un gran publicista por nombre. Esta vacante, para un puesto de Copy Jr. (es decir, los que nos dedicamos a escribir para las marcas), era muy concisa:
No nos interesa tu book, nos interesa tu trabajo real. Dinos en una cuartilla porqué debes quedarte tú con la plaza.
Primero lo pensé como un reto interesante. Era imponente pensar que no tenías un límite establecido de letras o palabras, sino de espacio. ¿Podía reducir los puntos de la fuente si me explayaba? ¿Se valía aplicar doble espacio si no lleno la hoja? No sé, pero me encontré con un reto mucho más grande: Poner en palabras porqué tenía que quedarme yo con ese puesto.
Suena reiterativo y obvio, lo sé, muy apreciados lectores y amigos, pero el reto radicaba en poner en una sola cuartilla todo lo que había pasado por pasar de ser protomédico (como nos decían en la escuela de medicina) a ser publicista. Por más que intenté pensar en un entrada cómica y fresca sin sonar a Yordi Rosado (a quien, personalmente, le tengo un gran repudio), terminé dirigiendo el ejercicio a la persona que solicitaba los aspirantes.
La introducción fue lo de menos, encontré las palabras que, al menos en mi cabeza, sonaban bien para generar el interés de aquella persona que podía cambiar el rumbo de mi carrera profesional. El tema importante fue en el nudo de mi intento de ensayo. Poner por escrito todo lo que pasé mientras iba intentando detallarlo lo más meticulosamente para no perder la emoción que iba sintiendo fue un gran momento. Podía sentir esa necesidad de plasmar lo más fielmente posible cómo recordaba cada momento y qué iba sintiendo con cada letra que tecleaba.
Escribir que mi primera piedra en el camino fueron mis padres con un berrinche egoísta diciendo que me iba a morir de hambre como comunicólogo y que pensara en mi futuro regresando a la escuela de medicina fue un momento terrible. Era una sensación angustiante, me sentía culpable de haber perdido tiempo y dinero (sobre todo el dinero), pero al mismo tiempo me sentí traicionado y utilizado por aquel par que me dieron vida. «¿Cómo porqué carajos me quieren regresar a la medicina? ¿Qué se sienten? ¡Pinches egoístas!» pensaba mientras iba escribiendo. Después pasé a la parte de volverme publicista: «No seas cabrón, ¿publicista? ¿Sabes que esos cabrones se mueren de hambre? Te hubieras metido de conductor de televisión, de locutor o de analista de partidos a ti que tanto te gusta el fútbol». No podía creer lo que había aguantado tanto tiempo atrás y que ese momento, mucho tiempo después llegaba a mi mente disfrazado de cachetadón con guante blanco (de box y con yeso, aparentemente). Me sentí enoojado, triste y ardido. Quería enfrentarme a ellos y decirles de frente que, a pesar de sus ideas, yo estaba haciendo lo mío y lo estaba haciendo lo mejor posible. Que ese esfuerzo que estaba -y estoy- haciendo me había dado la oportunidad no sólo de mantener todos mis gastos si no de pagarme algunos lujos y que, al final, ellos también habían necesitado, directa o indirectamente, de mi ayuda profesional. Este último pensamiento me regreso a un estado de tranquilidad, de poder presumir que había vencido a un gran rival, que no enemigo, como es la presión de los padres.
Después, me enfrenté a otra sensación muy rara y que tiene que ver con la introducción de este tema. Si te vas a enfrentar al mundo, no bastan las ganas. Si vas a pelear por algo, vas a pelear inteligentemente y con metas medibles, alcanzables y mejorables. Pasar de un insignificante trainee de cuentas a un copy creativo llevó muchos cambios, muchos tropiezos, pero, sobre todo, mucha frustración. El trabajo como copy conlleva una alta tolerancia a los abusos, a los berrinches del jefe y/o cliente y a las tendencias. ¿Está mal? No, para nada. Es un mal necesario si quiere verse así y es una prueba constante de qué tan fuerte puedes llegar a ser para defender lo más importante en este medio: tu creatividad y tu talento. Te renuevas o te estancas, así de sencillo. Quise destacar esa mentalidad que se supone nadie tiene pero que todos ponemos en práctica de una u otra forma. Me jacté de ser uno de los portadores de esa mentalidad y que era esa la llave que me había abierto las puertas en el camino que me dejaban donde estaba al escribir ese documento. No sé a ciencia cierta si era un buen o mal camino, pero es el que yo había decidido crear para mí y que me tenía conforme, contento y motivado para seguir avanzando.
Finalmente, hablé de la satisfacción que me causa ese trabajo. Me encanta escribir (aunque no siempre tengo tiempo para hacerlo para ustedes, los llevo en mi cabeza cada vez que tengo una computadora o pluma a mi alcance) y saber que puedo ganarme la vida haciendo eso que tanto me gusta lo considero un gran privilegio. No soy un abogado prestigioso, ni un gran científico y mucho menos un aspirante a la Presidencia de nuestro país, pero tampoco pretendo serlo. Escribir es algo que disfruto y que, al final, lleva al gran abogado, al gran científico y a nuestro presidente a leerme y hacer algo que pretendo que hagan, como comprar un producto, adquirir un servicio o registrarse en algún sitio web. Eso, queridos lectores, me llena como pocas cosas en la vida. Las letras no respetan género, niveles socioeconómico, religión o raza. No. Todos leen. Podrían no leer a Murakami o a Saavedra, pero leen revistas de chismes, periódicos amarillistas o anuncios (Hola. 🙂 ).Todo mundo tiene algo que leer y eso, después, lo comentan con alguien más, lo critican o lo apoyan, pero le dan pepetuidad, continuidad o volumen a lo que escribiste en una computadora o en una hoja de papel.
Terminé el documento. Rendido a la computadora y con ganas de seguir escribiendo, me dispuse a mandar el documento que me había hecho escribir y tocar muchas fibras sensibles dentro de mí. De pronto, la peor de las sorpresas. Esa vacante se publicó en agosto. La vi tan solo 7 meses después de publicada. Opté, por lógica llana, no enviar el documento a esta persona (que seguramente se habría reído por siglos de lo tarde que la envié o que, por otro lado, ni siquiera recordara que había solicitado ese ejercicio), pero opté por guardarla por el gran significado que tuvo para mí. Escribir sacó muchas cosas que tenía guardadas y que, por la razón que fuere, no había revivido después de tanto tiempo. Sabía que eso, sin embargo, debía ser leído por la gente que gusta de leer, escribir o ambas. Si alguno de ustedes la quiere leer, con gusto la compartiré.
Para mí, significa mucho que se tomen la molestia de leer estas letras y que las comenten conmigo después. Critíquenlas, destrócenlas, pero léanlas. Si les gusta, díganmelo. Les agradeceré siempre que me lean y que se tomen la molestia de preguntar y discutir conmigo sobre las cosas que escribo, tanto para mis clientes y sus campañas como lo que publico en este blog como válvula de escape, catarsis o simple anecdotario dominguero.
Esto, señores, despierta pasión.
Esto, queridos amigos, despierta MI pasión.
¿A ustedes les apasiona lo que hacen?
Si no es así, ¿qué esperan para corregir el camino?
P.